Crónica
Por: Juan Sayago
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Nunca pensé en llegar tan alto, y no me refiero a una situación figurativa. El gusto y pasión que le encontré a la adrenalina sobre dos ruedas empezó cuando compré mi primera moto, fue a los 19 años cuando empecé a sentir este amor por las motocicletas, ¿a dónde me llevó todo esto? A una travesía de diez horas aproximadamente, no diré que fue la ruta más larga que hice, porque la que más tiempo me tomó, fue una ruta que hice a Ecuador; pero no les narraré lo que pasó en aquel viaje, sino lo que sucedió en mi travesía a Huancabamba, para un poco más precisos, a la Laguna Negra.
Huancabamba, es la cuna del misticismo piurano, ubicado a 214 km de la ciudad de Piura y a una altitud de más de 2000 msnm, la flora y fauna que habitan este paraíso son esplendidas y maravillosas. A 22 km más “al cerro”, se encuentra un paraíso hídrico, lugar en donde los que mantienen una fe con la madre naturaleza, llegan a limpiar su “males” para poder llevar una vida tranquila.
Todo comenzó cuando hice un comentario al aire, en una conversación “casual”, ya había viajado en motocicleta, pero sería la primera vez, que me atrevería a llegar tan alto. Eran las 2 de la tarde y junto a un colega, decidimos emprender esta travesía, los nervios se apoderaban cada vez más y más, debido a quién era yo, quien estaba manejando y la vida de ambos, estaba en juego.
Pasaron alrededor de tres horas desde que iniciamos este viaje para llegar a Canchaque, hasta el momento no había dificultad alguna, puesto que el tramo está pavimentado y la moto no sufrió ningún fallo, paramos a descansar y a relajar los músculos. Nos sentamos en la recién reconstruida Plaza de Armas, muy hermosa por cierto, el nuevo atractivo turístico que tiene son sus piletas de agua que cuando es fin de semana y de noche, se muestra un gran espectáculo, “el agua sale a colores”. Frente a la plaza de armas se encuentra la iglesia de Canchaque con una arquitectura única en su linaje.
Ya estábamos relajados y nos preparábamos para subir el imponente cerro que nos llevaría a Huancabamba, pero empezamos a sentir al frío, un poco más prolongado, para este entonces ya iban a dar las 6 de la tarde. Recordé que en la ciudad en donde estamos es conocida por la pureza de su café pasado; y como estábamos con frío, fuimos en la búsqueda de esta majestuosa bebida. Cerca de la Plaza de Armas se encuentra la señora
Rosa, nos atendió con el carisma que se caracteriza la grandiosa gente de Canchaque, con dos tazas de café y tres tortillas con queso, recién fritas; fueron más que suficientes para recargarnos y “calentarnos”.
Volvimos al ruedo, con dos chompas, dos pantalones, medias largas, guantes y un chullo; eran más que suficientes para enfrentar al frío que nos esperaba, y como mi compañero no quiso manejar, tuve que “enfrentarme al cerro”, yo solo.
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La carretera que nos esperaba no estaba asfaltada, a eso hay que sumarle las curvas tan cerradas, los fuertes vientos, el frío (que según vimos en nuestros móviles, era de 10°) y para variar, ya era de noche. Quisimos acompañar el viaje con un poco de música, pero la señal, en nuestros teléfonos, se fue y ya no pudimos escuchar nada. Lo único que podíamos oír, el ruido del motor de la moto y como el viento movía a los árboles. No lográbamos distinguir el abismo que nos esperaba si es que caíamos, todo estaba oscuro; las nubes, no dejaban que la luna se asome, de luz, solo los faros de la moto.
No había cuando lleguemos a nuestro destino, pensamos, ya con todo este frío que estamos soportando ¿qué puede ser peor? Para qué hicimos esa pregunta, ni bien dimos la última vuelta que nos hacía llegar a la cima del cerro, nos dimos con la sorpresa de que había una fila de carros esperando a pasar, el hecho que estábamos en moto se nos hizo fácil llegar a ver qué era lo que estaba obstruyendo el pase. La construcción de una nueva pista, que unía Canchaque y Huancabamba, estaba en su apogeo. Para ese entonces habían establecido horarios para que los vehículos puedan pasar; por más que rogamos que nos dejen pasar, los vigilantes hicieron respetar su trabajo y obviamente, teníamos que quedarnos hasta las 4 de la madrugada, para recién poder bajar.
Se nos había olvidado de verificar la hora en que llegamos a la cima del cerro, según nuestros cálculos, llegamos alrededor de 9 de la noche, más de 2 horas subiendo el imponente cerro. Nos quedamos esperando o mejor dicho, sin saber qué hacer por media hora, hasta que una señora baja de su camioneta, se dirige hacia donde se encontraban los señores de seguridad y pidió hablar con el ingeniero a cargo; no logramos escuchar la conversación, regresó a su camioneta, mientras hacía eso se dirige a los presentes, si quieren llegar a Huancabamba hoy y no esperar hasta la madrugada, sígannos. Dudamos por unos instantes, pero la seguimos, tomamos un nuevo camino, esta vez de bajada, rodeando el trayecto principal. No supimos cómo, pero llegamos.
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Nos tomó 2 horas bajar el cerro y llegar a nuestro primer destino, Huancabamba. Era más de media noche, mis manos estaban entumecidas, mi cuerpo no respondía, pero estaba feliz, era la primera vez que pasaba por una situación así; nos recibió una compañera de la universidad, nos brindó posada y nos pusimos a descansar.
Me desperté plan de 9 de la mañana, si por mí hubiese sido, me quedaba postrado en cama todo el día. No podía darme ese lujo, pues nuestra aventura aún no acababa, nuestro próximo destino se encontraba a 3500 m.s.n.m a tres horas de Huancabamba.
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RUMBO A LA LAGUNA NEGRA
A más de 22 km y a 3 horas aproximadamente, se encuentra la Laguna Negra. Esta laguna es muy visitada porque los maestros curanderos afirman que puede curar enfermedades físicas. Sin embargo, también puede ser utilizada para inducir el daño o maleficio.
Partimos de Huancabamba al promediar el medio día, lo curioso de este viaje es el clima, por unos momentos se veía al sol y por otros, empezaba a llover. Nos confiamos mucho y esta vez no fuimos abrigados adecuadamente, pues como eran 22km, pensamos en que llegaríamos en un corto tiempo.
La temperatura bajaba cada vez más y más, sentía como mi cuerpo se paralizaba, las manos se me entumecían, no podía ver bien, la neblina era cada vez más espesa, los nudillos de mi mano estaban rojos, me sentía muy cansado, un movimiento en falso, caíamos al abismo y no la contábamos.
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Como sea, pero llegamos a la cima, no se veía otra montaña, solo se lograba visualizar lo plano de la carretera, pensé que estaríamos seguros. Por lo cansado que me encontraba, decidí darle la moto a mi compañero, todo iba tan bien, hasta que en una curva no logra frenar como se debe e hizo que la llanta trasera resbalara y con eso patine, arrojándonos fuera de la pista. Me enojé mucho, pero fue por unos momentos, luego de ver que estábamos bien, sin golpes serios, nos echamos a reír, le dije ni más te doy la moto. Empecé a manejar, no me importaba si sentía frío o si mis manos estaban rojas.
Llegamos a un pueblito, El Porvenir al promediar las 3 de la tarde, allí nos acogió una familia que lleva más de 20 años transportando a los turistas hacía la Laguna Negra. Nos cobraban 30 soles por persona, para que nos alquilen sus caballos y nos guíen hasta nuestro destino. Éramos 3, los que estábamos en esta travesía, pero ninguno, tenía la cantidad suficiente para poder pagar. Conmigo llevaba un morral en donde estaban mis cosas personales; la señora se fijó en él y pidió hacer un trato. Consistía en pagarle el costo de dos caballos y el tercero nos los alquilaba si le daba mi morral. Lo pensé por unos minutos, pero accedí.
Nuestro viaje a caballo fue único, la adrenalina se sentía cada vez más, para este entonces, la temperatura ya estaba en 7° grados. La familia que nos atendió, muy buenos por cierto, nos prestó ponchos y chullos, para poder llegar a nuestro destino.
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Cabalgamos por 1 hora aproximadamente y llegamos a nuestro destino. No encuentro las palabras para poder describir lo que presentimos en esos momentos, no nos explicábamos cómo podía existir un lugar tan majestuoso en la cima de una montaña; el agua fría, los fuertes vientos, la llovizna, todo, era mágico. No nos podíamos marchar sin habernos bañado en esa hermosa laguna, por más que se sentía que el agua te cortaba mientras te sumergías, lo hicimos.
De regreso al pueblo, lo hacíamos como unos polluelos remojados. Llegamos al pueblo, vimos que unos ciudadanos estaban tomando cañazo, y como nos vieron que estábamos engarrotados, nos llamaron y nos invitaron una copa. Ya faltaba poco para que sea las 6 de la tarde, teníamos que regresar, nuestro viaje estaba llegando a su fin. Buscamos un lugar en donde poder tomar aunque sea una taza de café, nos recomendaron uno, cuando llegamos encontramos a dos señoritas, Esmelda y Mercedes (Meche); nos vieron muy empapados, nos hicieron pasar, prepararon café, nos invitaron sopa, y lo grandioso, no nos cobraron, sin duda su amabilidad nunca se nos olvidará.
Eran las 7 de la noche y teníamos que regresar, solo podía ver lo que estaba frente a mis ojos, regresamos con una velocidad de 15 km/h. mojados y cansados, pero sanos y salvos, llegamos a nuestra posada. Descansamos esa noche, al día siguiente regresamos a nuestras casas, agradecimos el hospedaje, tomamos la misma ruta que nos hizo llegar, llegamos a Canchaque, tomamos café, comimos tortillas, recuperamos fuerzas y llegamos a Piura.
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